Al día siguiente, cuando mis ojos se abrieron el domingo, tras el cuarto sábado de nuestra cuaresma, Sábado de Diablo Mudo, lo primero que escuché, retumbando todavía en mi cabeza, fue un fragmento de un cántico coral que dice “nos une y alienta, nuestra Semana Mayor”. Exactamente la misma estrofa que escuché justo al sentarme en la mesa de La Sentencia de Jesús la noche anterior. Y una sonrisa me llenó el rostro, pues, ¿cómo no me iba a despertar recordando ese momento si se me había clavado no solo en mi mente sino también en mi alma?

Justo después, no pude evitar recordar a un hermano de La Sentencia que siempre que habla con un forastero le dice, una y otra vez, que lo que se vive en su pueblo no se puede explicar. Pues ahora, después de haber pasado una noche de cuaresma con vosotros, lo entiendo. Imposible es definir ese organismo vivo que es una mesa en vuestro cuartel, esa facilidad de palabra, canto y poesía, esa capacidad de recibir al invitado como uno más desde que pone un pie en vuestra bendita casa, esa armonía que hace al ambiente fluir desde el silencio al jaleo. Y es cierto que, nosotros, pontanos nacidos o adoptados, sabemos de qué va esto, pero no en todos los grupos de nuestro pueblo se vive la tradición con el inmaculado respeto que os caracteriza. Cristianos como vosotros, hermanos, hacen grande nuestras costumbres y nuestra forma de vivir en la gloria estos cuarenta días.

Cada día vivo más intensamente este bendito periodo del año y cada día me sorprende más como las palabras, que se vierten en grupos como el vuestro, riman. No me refiero esta vez ni a las poesías ni a las cuarteleras, pues, para mí, todas y cada una de las intervenciones que tuvieron lugar durante el sábado rimaron con el alma de los presentes, sin necesidad de ser en asonante ni en consonante, sino en el mismo sentimiento que nos une. Quizás sea un modo demasiado poético de querer deciros lo fundamental que es que los hermanos se expresen, se abran y se emocionen en su casa, y aún más delante de dos grupos, pues eso denota la confianza máxima que nos tenemos y como disponemos de la innata habilidad de un manantero para entender al prójimo. Como buenos hermanos, unidos por una causa única, en ocasiones pensamos parecido y también actuamos de forma similar. Qué difícil es creer en la simple casualidad cuando, poco después de recibir como obsequio y gesto de hermandad la pata de Diablo Mudo de Las Lamentaciones, el presidente de La Sentencia se dispuso a hacer justo lo mismo. Dios los cría y ellos se juntan, recita el refrán, y eso fue justo lo que pensé, pues mucho tenemos todavía que aprender de vosotros, nuestro espejo al que mirarnos, pero ya empezamos a tener gestos similares que indican lo bien que nos estáis enseñando. Esta bajada de pata por parte de nuestro presidente la sentimos como nuestra propia todos los hermanos de Las Lamentaciones, tanto allí presentes como en la distancia, pues no os imagináis lo que nos honra que se nos conceda ese privilegio. Vuestras palabras hacia nosotros, llenas de consejos sabios, nos impulsan a mejorar, y que nos premiéis con el mayor galardón que una corporación puede otorgar en cuaresma, nos hace más fuertes, pues ahora no podemos decepcionaros dada la confianza que habéis puesto en nosotros.

Podría extenderme durante páginas y páginas, y divagar sobre todos y cada uno de los recuerdos y pensamientos que me han invadido a lo largo de esta semana, porque eso habéis conseguido, que no deje de pensar en lo vivido durante esa noche. Sin embargo, prefiero ser breve y terminar aquí, reiterando la importancia de La Sentencia en la Cuaresma y la Semana Santa de Puente Genil, y la inexplicable habilidad que todos los que formáis parte de vuestra corporación tenéis para sembrar una semilla en los que tenemos el placer de convivir con vosotros. Semilla que siempre germina y que crea un árbol perenne en nuestros corazones haciéndonos amar con toda nuestra alma nuestras tradiciones. Hermanos de La Sentencia de Jesús, muchas gracias por ser inolvidables.

Los hermanos de Las Lamentaciones de Jeremías.

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